Educación e igualdad
Muchos de los sueños de equidad social buscan que quienes tienen más riquezas o más bienes los compartan con los que tienen menos, por generosidad o por obligación legal. Pero estos esfuerzos casi siempre fracasan, pues quienes tienen algo se resisten a perderlo: lo que cedan a otros es algo que dejan de tener, y por eso ven en las medidas de igualdad social una violencia inaceptable, y se oponen con vigor a ellas. Pero en la educación no es así. Si trato de que mis alumnos consigan y manejen los conocimientos que yo tenía antes, probablemente al final del proceso sabré mucho más que antes, porque voy aprendiendo a medida que enseño, recibo mientras doy, y además disfruto más lo que sé porque existe un grupo nuevo de gente que lo comparte, lo entiende y lo reconoce. Mientras más haya dado, más tengo. Lo educación es en esto como el amor, si creemos lo que Julieta le dice a Romeo: “Mi riqueza es infinita y mi amor tan profundo como el mar: mientras más te doy, más tengo”. Y por eso, la educación (lo mismo que la cultura) es modelo de equidad social, porque hace que desaparezca la desigualdad que está al comienzo. Antes de empezar su tarea, el maestro sabe algo que los estudiantes ignoran. Si el maestro es bueno, al terminar su trabajo esa diferencia ha desaparecido y todos saben lo que antes sólo él sabía. En la educación, dar es siempre recibir y enseñar es lograr que quienes eran desiguales se conviertan en iguales. Y mientras mejor sea el otro, mejor es uno mismo.
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