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Economía: fragilidad estructural y pésimo uso de las regalías

Falso optimismo

La directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, dijo que la economía colombiana va muy bien, que es una de las mejores de América Latina, y que el manejo de la política económica es tan certero que otros países la deberían imitar. Por otro lado, José Antonio Ocampo ha dicho que la economía colombiana ya está sufriendo la enfermedad holandesa.

 

 


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El falso optimismo de Lagarde, 
de los ministros de Hacienda y 
de los banqueros ha ido 
permeando la opinión pública.

Foto: SIG

 

Estas dos miradas son completamente distintas. La primera lleva a la autocomplacencia, que ha sido reiterada por el presidente Santos y el ministro Cárdenas. El diagnóstico de Ocampo — que a mi modo de ver es el correcto — debería encender las alarmas.

El falso optimismo de Lagarde, de los ministros de hacienda (Echeverry y Cárdenas), de los banqueros (comenzando por el banquero central, José Darío Uribe), y de algunos empresarios, ha ido permeando la opinión pública.

En medio de la euforia se afirma que Colombia ya supera a Argentina y que el país reúne los requisitos para ser miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el exclusivo club de las economías desarrolladas.

Este error de diagnóstico lleva a que se sigan impulsando políticas que no contribuyen al desarrollo y a la sostenibilidad.

Enfermedad holandesa

La enfermedad holandesa es la incapacidad de convertir la abundancia de dinero en desarrollo sostenible. En el texto clásico de Corden y Neary [1], esta enfermedad consiste en la “des–industrialización” generada por la bonanza extractiva. Paradójicamente, la abundancia de recursos tiene un impacto negativo sobre la sostenibilidad de la producción nacional. En lugar de convertir la bonanza en prosperidad para todos, el mal manejo de los excedentes acaba debilitando la producción agrícola e industrial.

Desde el punto de vista macroeconómico, la enfermedad holandesa se refleja en: i. revaluación de la tasa de cambio; ii. pérdida de competitividad (agrícola e industrial); iii. desbalance de la cuenta comercial.

Los tres fenómenos están íntimamente ligados. La revaluación del peso estimula las importaciones, afectando de manera negativa la agricultura y la industria. Y el crecimiento acelerado de las importaciones se refleja en un déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos.

Los sectores que más han crecido son: minas y petróleo, servicios financieros y comercio. La dinámica del comercio está directamente relacionada con la revaluación del peso, ya que una parte importante de los bienes son importados.

Y numerosos hechos confirmarían el diagnóstico de Corden y Neary sobre la des–industrialización en Colombia:

  • Entre 2000 y 2011, la participación de la industria en el PIB se redujo del 14 por ciento al 12 por ciento.
  • De acuerdo con el boletín del DANE de octubre de 2012, en el trimestre correspondiente la industria cayó 0,6 por ciento, mientras que la minería creció a más del 8 por ciento. Este panorama es insostenible.
  • En los últimos 10 años, la importación de alimentos pasó de un millón a 9 millones de toneladas.
  • No es extraño, entonces, que la brecha urbano–rural se haya acentuado.

La revaluación

En marzo del 2003, el precio del dólar era 2.958 pesos. Hoy su valor es 1.798 pesos. La revaluación ha sido dramática. Colombia se ha convertido en un gigantesco sanandresito, donde abundan los bienes importados baratos.

 

 


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Los sectores que más han crecido 
son: minas y petróleo, servicios
financieros y comercio.

Foto: ciwsc.com

 

La tendencia parece irreversible, porque mientras la liquidez internacional aumenta, el Banco de la República toma medidas débiles, pañitos de agua tibia que no ayudan a curar una enfermedad profunda y crónica. Para mitigar la revaluación del peso, el Banco ha resuelto que en los próximos meses la compra diaria de dólares aumentará de 20 millones a 28 millones. Esta intervención tan tímida tiene dos inconvenientes: primero, no resuelve el problema de fondo, y segundo, produce pérdidas contables.

Las compras del Banco de la República parecen ridículas frente a las monumentales emisiones de dólares que está haciendo la Reserva Federal. Ya se han realizado tres operaciones de “flexibilización cuantitativa” (quantitative easing):

  • La primera quantitative easing (QE1) se llevó a cabo a finales del 2008 y terminó en marzo del 2010. El principal propósito fue mitigar la crisis de la deuda hipotecaria. El monto total de la operación fue de 1,42 billones de dólares.
  • La segunda (QE2) se realizó entre noviembre de 2010 y junio de 2011, por un valor de 600.000 millones de dólares, y buscó estimular de manera directa la producción.
  • Y ahora está comenzando la QE3, cuyo monto es de 40.000 millones de dólares al mes, que se prolongará durante un período no determinado. La QE3 se destinará –como una parte del QE1 – a respaldar las deudas hipotecarias.

Estas emisiones tan cuantiosas (QE1 y QE2 sumaron 2 billones de dólares) abaratan el dólar en el mercado internacional y, en nuestro caso, crean condiciones propicias para la revaluación del peso.

Pero además de la flexibilización cuantitativa de Estados Unidos, el peso se revalúa porque Colombia vive una bonanza minero-energética.

Las compras de dólares del Banco de la República no sólo han sido inútiles para evitar la revaluación del peso, sino que además están ocasionando pérdidas contables. El Banco compra dólares a un valor – digamos 1.800 pesos – y dentro de un mes liquida las reservas a un valor inferior – por ejemplo 1.780. Esta pérdida de 20 pesos por dólar afecta de manera negativa el balance del Banco. En el Informe de julio de 2012, el Banco reconoce las pérdidas: “En lo corrido de 2012 el rendimiento neto de las reservas internacionales ha sido US$16,8 millones. Se registraron ganancias por valorización de inversiones y causación de intereses por US$79,4 millones y una pérdida por diferencial cambiario (desvalorización de otras monedas frente al dólar) de US$62,5 millones” (énfasis añadido) [2]. Y en otra parte afirma que “Para 2012 se estima un resultado operacional negativo de $665 mil millones mm como consecuencia de unos ingresos por $983,6 mm y unos egresos por $1.648,7 mm. El comportamiento de los ingresos se explica, principalmente, por la moderada rentabilidad de las reservas internacionales, dadas las bajas tasas de interés en los mercados externos” (énfasis añadido).

El rebote de Interbolsa

El panorama es todavía más grave si se considera el diferencial de tasas de interés. Mientras que en Estados Unidos la tasa anual de interés de los bonos del Tesoro se aproxima a 0 por ciento, en Colombia la tasa de interés de los títulos de Tesorería (TES) es cercana al 5,5 por ciento anual (TES a un año). Este diferencial hace aún más atractiva la llegada de capitales internacionales, agudizando las presiones para revaluar el peso.

 

 


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Colombia se ha convertido en un gigantesco sanandresito, donde abundan los bienes importados baratos.
Foto: bogotacity.olx.com.co

 

El análisis anterior muestra que la economía colombiana, lejos de ser sólida, es profundamente frágil. No sería la primera vez que el Fondo Monetario Internacional se equivoca en su diagnóstico. El ministro Juan Carlos Echeverry dijo hace 10 meses que la economía colombiana estaba blindada, tal como Oscar Iván Zuluaga en plena crisis de 2008.

Y resulta curioso que en los análisis de lo sucedido con Interbolsa, no se haya introducido una variable crucial: el contexto internacional favorable a la especulación financiera. Los audaces corredores de bolsa en realidad jugaban con los diferenciales de tasas de interés.

Se ha querido reducir la crisis de Interbolsa a la irresponsabilidad de 4 o 5 personas, como si el ambiente especulativo asociado con la enfermedad holandesa no hubiera creado condiciones propicias para realizar operaciones riesgosas.

También falló la regulación. Y las autoridades correspondientes nos habían insistido en que el sector financiero colombiano tenía controles excelentes.

Pésimo manejo de la bonanza

Lo que más sorprende es el pésimo manejo que se está haciendo de la bonanza minero–energética. Los errores están agudizando la enfermedad holandesa y no permiten que haya un crecimiento regional que converja y mejore la calidad de vida. No hay decisiones que eviten la consolidación de economías de enclave.

Las equivocaciones en el manejo de las reservas son de dos tipos: primero, el uso del ahorro. Y, segundo, la distribución de las regalías entre las entidades territoriales.

Hay dos formas de ahorrar. Una es colocando la plata en bancos, bajo el principio de sacrificio presente–bienestar futuro. Y la otra, es haciendo obras (infraestructura, escuelas, hospitales, etc.) que mejoren las condiciones de vida de esta generación y de las siguientes.

Aceptando la lógica de los banqueros y del Fondo Monetario Internacional (Lagarde sonríe en Colombia) se decidió ahorrar el 30 por ciento de las regalías, colocándolas en el mercado internacional de capitales.

Este camino tiene dos costos: i. El primero es contable. El país coloca los dineros en banca internacional a unas tasas muy bajas. El propio Banco reconoce que la colocación está generando pérdidas. ii. Y el segundo es el costo de oportunidad de aplazar las inversiones urgentes que necesita el país. Las obras que se pueden realizar hoy y se aplazan, en el futuro cuestan más.

Al posponer inversiones no se genera empleo y no se consolidan procesos de crecimiento virtuoso. No se entiende por qué se aplazan inversiones urgentes como: la descontaminación de los ríos, la recuperación de cuencas, la protección de páramos, la construcción de carreteras y túneles, la extensión del ferrocarril y del transporte fluvial, la construcción de acueductos en 500 municipios del país que todavía no tienen agua potable, el mejoramiento de la infraestructura de las escuelas, de los hospitales…

El resto de las regalías se distribuye entre los municipios y los departamentos. Pero la forma de hacerlo está contaminada por un pecado original: la dispersión. El desastre desde el punto de vista del desarrollo se refleja muy bien en las palabras del exministro Echeverry: las regalías se reparten como la mermelada en la tostada.

Es decir, para todos un poquito. La rapacidad por los recursos se ha traducido en un desparrame que no resolverá los problemas centrales de las regiones. Este mal se presenta en los tres fondos: Desarrollo, Compensación y Ciencia/Tecnología.

La situación de este último es vergonzosa. Las universidades han terminado suplicándole a los políticos regionales que las incluyen en alguno de los proyecticos que sin sonrojarnos llamamos – con mayúscula – de C, T & I (Ciencia, Tecnología e Innovación).

Y Colciencias juega a ser un pésimo árbitro en medio de una rapiña indecente.

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