El camino de la paz. Oslo: La paz en clave del modelo de desarrollo
O sea que cuando en Colombia estalló el conflicto armado, ellos eran unos niños que apenas empezaban a caminar o que, por mucho, estaban entrando a la adolescencia. Y añado otro referente más significativo: los voceros del gobierno y los de la guerrilla provienen de dos mundos sociales muy distintos, de dos Colombias casi enteramente opuestas, y esto ayuda explicar la dificultad y la sorpresa de su encuentro ante las cámaras de televisión del mundo entero.
Los voceros del gobierno
En este país tan rígidamente estratificado, los representantes del presidente Santos son miembros de familias con poder social y económico, nacieron en hogares donde nunca faltó nada y accedieron a educación de calidad. Las mejores universidades les abrieron sus puertas sin mayores exigencias, basadas en sus antecedentes familiares, y muy pronto se vieron presidiendo grandes organizaciones empresariales o altos cargos oficiales.
Los representantes del presidente son miembros de familias con poder social y económico, nacieron en hogares donde nunca faltó nada y accedieron a educación de calidad. Foto: Presidencia |
Uno de ellos llegó a ser Vicepresidente y líder de la Constituyente de 1991. Dos ascendieron a generales de la república y alcanzaron la comandancia general de las Fuerzas Armadas y la dirección de la Policía Nacional. Otro ha sido gerente del sistema financiero y presidente de la poderosa organización de industriales y del Consejo Gremial Nacional.
Aunque no son científicos ni académicos connotados, casi todos ellos han publicado libros, han figurado siempre en los titulares de la prensa y sus rostros aparecen en la televisión, a tiempo que sus opiniones se ofrecen de manera destacada en los diarios más importantes del país. Han accedido a las más variadas misiones diplomáticas y/o a los organismos multilaterales, donde aprendieron las recetas del poder económico mundial, para cuyas elites la guerra ya no es la continuación de la política por otros medios, sino la continuación de la economía por otros medios.
Hoy se encuentran frente a uno de los desafíos más importantes de la historia: lograr acuerdos con la guerrilla para terminar el conflicto armado más largo y sangriento del Hemisferio y, como consecuencia, “construir” la paz.
Los voceros de las FARC
Por su parte, los representantes de la insurgencia proceden de zonas rurales en regiones alejadas del país, crecieron -como la mayoría de los colombianos- en familias con necesidades básicas insatisfechas, o son vástagos de clases medias estancadas por la irritante concentración de la riqueza y de las oportunidades.
Sin embargo, y merced a sus esfuerzos, ingresaron a la universidad pública y algunos descollaron con sus tesis de grado en los distintos campos de la ciencia social, especialmente en el análisis de los factores que generan la violencia. Aunque “en la vida civil” fueron profesionales cuya formación hubiera podido servirle al país de maneras diversas y pacíficas, nunca pudieron acceder a una carrera laboral estable, ni su creatividad intelectual pudo plasmarse en obras publicadas por las grandes editoriales. Al contrario: los medios masivos ignoraron sus ideas y propuestas, los estigmatizaron, y las razones de su lucha política y social fueron ocultadas o tergiversadas, porque se salían del marco del bipartidismo y del sistema donde el pensamiento crítico no tiene validez.
Como quiera que en Colombia persistían la inequidad y la exclusión, aquellos jóvenes optaron por la rebeldía inspirada en los grandes pensadores de la izquierda mundial, con discursos en los campos y mítines populares en los suburbios, pero la represión estatal les cerró el camino. Entonces decidieron alzarse en armas, y en circunstancias complejas han logrado mantener su organización pese a la desventaja en pie de fuerza y en armamento, hasta suplir o casi al Estado en algunas regiones y disponer de una capacidad significativa de reclutamiento. En el fondo, como ha dicho Francisco Gutiérrez Sanín, la suya “ha sido una guerra por más Estado contra el Estado”.
Ahora, tras suscribir el “Acuerdo General” donde se establecieron una agenda, unas reglas y unos procedimientos para evacuarla, las fuerzas insurgentes llegan a la mesa de Oslo a ratificar su voluntad de paz, con su invariable discurso de crítica política y social. Sin embargo, al igual que los voceros gubernamentales no tienen experiencias de paz, su conocimiento de la convivencia es meramente teórico. Pero intuyen, con muy buena lógica, que hay una sola forma de eliminar la oscuridad de un recinto: encendiendo la luz.
Los alcances del acuerdo
Naturalmente, en un encuentro de contrarios no podrían faltar desencuentros y precisiones que sin duda implican, si no una revisión, al menos una clarificación sobre los alcances del Acuerdo que fue suscrito en la Habana: tanto De La Calle como Iván Márquez aprovecharon el escenario para “hacer jurisprudencia” por la vía de puntualizar o de adicionar conceptos para la discusión venidera. De la Calle aludió por ejemplo a la “ratificación” del Acuerdo final por parte de la ciudadanía (¿un referendo o aún quizás una Asamblea Constituyente?), idea esta que desborda los alcances de la Agenda.
Los representantes de la insurgencia proceden de zonas rurales en regiones alejadas del país. Foto: stamfordadvocate.com |
Pero la tajante admonición del delegado del gobierno en el sentido de que “aquí no se va a discutir ni la doctrina militar ni el modelo económico ni la inversión extranjera” fue una frase inadecuada. En efecto: si se trata de buscarle una salida política al conflicto, que es consecuencia de los grandes desequilibrios socioeconómicos, ¿cómo no discutir el modelo que produce esos desequilibrios?; entonces ¿de qué se va a hablar?
Las palabras de Márquez no deben entenderse – como parece haberlo hecho la delegación del gobierno – en el sentido de reabrir la discusión sobre la Agenda o de añadir temas nuevos, sino de esclarecer el alcance de los ítems convenidos. Dijo Márquez– y creo yo que con razón- que “la política de desarrollo agrario integral”, reconocida por ambas partes como el primer punto a discutir en la Habana, comporta el examen de variables o procesos que hoy gravitan sobre el campo y su crisis, como decir la mega minería, la concentración de la propiedad, la tercerización y la extranjerización agropecuaria o la “acumulación por desposesión”. Es más: habría que admitir que la discusión sobre política agraria no habría de darse exclusivamente entre las partes, con exclusión de los campesinos, los pequeños productores y todos los demás habitantes del campo y, sobre todo, con la participación de las víctimas.
Dos discursos
La insistencia del jefe de la delegación gubernamental en un proceso “serio, digno y respetuoso” implica la invitación a apaciguar la retórica y a sujetarse estrictamente a los puntos acordados – lo cual es otro modo de expresar su intención de impedir un “alargue” de los diálogos o de evitar la “caguanización” del proceso. Pero los voceros de la insurgencia no tienen el mismo objetivo en mente, como indican sus referencias insistentes a una salida política sin más condiciones que la verdad y la vigencia del diálogo “con participación del pueblo”
La conversación del jueves en el hotel Hurdal de Oslo fue un diálogo con guión pero sin libreto. Era el momento de mostrar las diferencias:
De la Calle aludió a la “ratificación” del Acuerdo final por parte de la ciudadanía (¿un referendo o aún quizás una Asamblea Constituyente?) Foto: CNE |
-El jefe de la delegación gubernamental no sólo representaba a la institucionalidad, sino a los intereses privados muy explícitos (por los cuales clamó con energía) que han gozado las ventajas del modelo de desarrollo. Por lo tanto, su discurso corto obedeció a que no hay que decir nada más de lo que se ha dicho siempre.
-En cambio el discurso de la guerrilla –ocho minutos más que el del vocero oficial- se explica no solo por su largo y forzado aislamiento mediático, sino por la necesidad de comunicarse con tres audiencias: la mesa, sus tropas y la comunidad internacional. Márquez no dijo nada que no fuera cierto, empezando por los indicadores sociales y económicos que son los mismos de que se valen los investigadores serios del país y la CEPAL, la FAO o Unesco y Human Rights Watch.
El discurso del ex vicepresidente De La Calle se orientó a ratificar la voluntad del gobierno de asegurar las condiciones logísticas, de examinar los puntos acordados en la Agenda y de tener conversaciones “rápidas y eficaces”, cuyos avances tendrán que irse verificando. Al declarar que “el gobierno no es rehén del proceso” y que si no se avanza, sus voceros “se levantarán de la mesa”, puso un condicionamiento no estipulado en la fase exploratoria. A lo cual la guerrilla le respondió: “No somos partidarios de una paz express”.
Pienso que en estos días, el trabajo más difícil va a recaer sobre la comisión de garantes integrada por delegados de Cuba, Venezuela y Chile (a propósito: ¿qué hace Chile allí?)
De todas maneras es evidente que la voluntad de las partes expresada en sus respectivas presentaciones en Oslo, ha sido recibida con esperanza y optimismo “moderado”, como suele decirse ahora. Se trata de dejar sentadas las bases para construir un escenario de convivencia donde la guerra sea por conquistar mentes y corazones con las armas de la razón y la política.
*Analista político e investigador en ciencias sociales.
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