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Yo conozco a Sigifredo

Cuando es liberado, las cámaras muestran al hombre prematuramente envejecido, ha perdido varios dientes, tiene el pelo completamente blanco, gastritis severa, estenosis aórtica y hernia discal. Luego escribe un libro donde maldice a las Farc y denuncia muchos de sus crímenes, entre otros el reclutamiento de niños. En un pasaje atroz, se cuenta la historia del niño que fue condenado a muerte por comerse una lata de atún. Otro niño, primo del infractor, fue obligado a ejecutar a cuchillo la sentencia. ¡Y ahora la Fiscalía viene y nos dice que el hombre, Sigifredo López, es una ficha de las Farc! Esto no se lo cree nadie, ni Santiago, el segundo al mando del Manuel Cepeda Vargas, el frente urbano que realizó el secuestro de los diputados el 11 de abril de 2002, quien negó de plano desde su celda en la cárcel de Cómbita (Boyacá) la complicidad de Sigifredo en el secuestro de los diputados; ni lo cree Fabiola Perdomo, que se ha solidarizado de manera incondicional con Sigifredo (ella es la vocera de las familias de los exdiputados y viuda de Juan Carlos Narváez, el mejor amigo de Sigifredo durante el cautiverio); ni lo creo yo, que vi llorar a Sigifredo de rabia y dolor mientras trabajábamos juntos en la redacción de El triunfo de la esperanza; ni lo cree Federico Renjifo, el ministro del Interior, quien dijo: “Me aferro a la esperanza de que Sigifredo pueda demostrar su inocencia”; y estoy seguro de que también cree en su inocencia otro ministro que lo quiere mucho, Rodrigo Pardo, quien escribió en el prólogo del libro: “A Sigifredo le quitaron la libertad durante siete años pero no la dignidad ni su talante político, ni mucho menos su sensibilidad. Su fe en la poesía, que se convirtió en una vía de escape, en una forma de vida, en su testimonio de amor a la familia, al país y a los once hermanos que se quedaron en la selva, sigue intacta”. También creyó en él Saramago, que lloró de emoción al saber que su Ensayo sobre la ceguera le había ayudado a Sigifredo a sobrellevar los días del cautiverio y que después lo invitó a pasar una semana en su casa en la isla de Lanzarote, donde hablaron de muchas cosas y sostuvieron la hermosa discusión sobre la existencia de Dios que cierra El triunfo de la esperanza. Allí Sigifredo, el creyente, y Saramago, el ateo, libran un combate lleno de respeto, de inteligencia y bondad. La resiliencia de Sigifredo es pasmosa. Yo lo he visto levantarse airoso de varias derrotas, sacudiéndose el polvo con una sonrisa triste pero ya listo a enfrentar el siguiente desafío que le proponga la vida, a luchar por sus sueños, por sus hijos y por el país. Estoy seguro de que también saldrá de esta; saldrá libre porque es inocente y porque las fábulas de la Fiscalía no resisten el más somero análisis.

 

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/columna-347322-yo-conozco-sigifredo compartido por un amigo

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