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Así opera la red de pesca que desangra las profundidades del Pacífico

El mes pasado fueron capturados 33 de estos espécimenes, los encontraron desmembrados abordo de un buque con bandera extranjera. Epinephelinae. También conocido como mero o cherna, vibra con la calidez de las aguas del parque Natural Nacional Uramba Bahía Málaga y del Santuario de Malpelo. En Semana Santa, dicen expertos, suele aparecer con mayor frecuencia en el menú que se le ofrece a los turistas o en acuarios internacionales. Los ‘tollos’ (tiburón azul o de aletas blancas) corren con igual suerte. Generalmente están en los platos de sancocho que se venden hasta por $15.000 en los restaurantes de las ciudades costeras colombianas. Las aletas llegan más lejos: En Asia son usadas para recetas exóticas y afrodisiacas. Hay quienes pagan hasta US$600 por el manjar que —en esa cultura— es exclusivo para bodas como símbolo de salud y de prestigio. A veces, en actividades industriales de pesca quedan enredadas tortugas, especies que tienen sus días contados si no se preservan en edad reproductiva; también delfines, rayas, peces marlin (de hocico puntiagudo). Pero no todas las víctimas están en peligro de extinción. Entre anzuelos y trasmallos quedan atrapadas toneladas de peces dorados, atunes, pargos, camarones. Germán Soler, director de la Fundación Malpelo y Otros Ecosistemas Marinos, dice que la ballena Jorobada —que engalana el pacífico colombiano desde mediados de año— también podría desaparecer. La alta presencia de embarcaciones está ocasionando choques con los gigantes marinos y en algún momento, precisa el biólogo, podrían hacer que éstos migren a lugares menos perturbados por el hombre. Entonces, el turismo en Buenaventura se afectaría porque los porteños dejarían de recibir los cinco mil visitantes que llegan cada año. La preocupación para los guardacostas y ambientalistas es que la pesca ilegal está siendo adelantada, principalmente, por extranjeros que están extrayendo los recursos naturales de las aguas colombianas. El negocio ilegal mueve cada año en Colombia unas 200 toneladas de pesca. Lo dice el capitán de fragata William Palomino, comandante de Guardacostas del Pacífico. Si ese peso correspondiera únicamente al peso de tiburón, la cifra alcanzaría los $800 millones, pero los ilegales mueven todo tipo de especies, por lo que nadie se atreve a dar un cálculo. Sólo en la región pacífica se ha incautado en el primer trimestre del año más de doce toneladas de pesca. Se retuvieron 14 embarcaciones (13 extranjeras y 1 nacional). 48 personas fueron capturadas. El alto oficial agrega que en el mundo se habla de un tráfico de pesca ilegal que representa hasta US$25.000 millones cada año, es decir, la tercera parte del presupuesto de Colombia.

 

 

Redes marinas

 

Salen en la mañana cuando todavía el sol está calentando el otro lado del planeta. En sus embarcaciones (principalmente lanchas pequeñas) cargan hielo y combustible. La provisión debe alcanzar, máximo, para cinco días, tiempo que durarán en alta mar. Se alejan 30 millas del puerto, es decir, la distancia que separa a Cali y Palmira de ida y regreso. En esa zona cargan la carnada y luego se alejan a aguas más profundas para comenzar con el verdadero banquete. El relato es de uno de los pescadores ecuatorianos que fue capturado hace tres semanas en aguas del Chocó. Explica que en su país ya hay mucho pescador artesano e industrial y que la producción de peces va en descenso. Incluso el capitán Palomino revela que en los países vecinos la demanda pesquera es tan alta que el recurso está sobre explotado en un 85%. El pescador señala que después de pasar varios días en alta mar regresa a casa para entregar el producido a un jefe que es quien se encarga de distribuir los pescados en el mercado local o internacional, según las necesidades. El jefe quien se queda con las ganancias. El pescador —que lleva toda su vida aprovechando los recursos que da el océano— dice que para cada viaje se requieren US$600. También que por cada kilo de aleta de tiburón se puede ganar hasta US$60. Valor ínfimo si se tiene en cuenta que los chinos, principales consumidores de este producto, pagan hasta diez veces ese valor por un plato ya preparado. Por otros peces más pequeños el pago es un dolar por cada kilo. Germán Caicedo, director de la fundación Stella Maris Casa del Marino, en Buenaventura, sostiene que el negocio no es lucrativo para los pescadores. “Ninguno de ellos tiene un Ferrari en el garaje de la casa. Es más, ni siquiera tienen casa, pero sí varias bocas por alimentar. El producido no les alcanzará siquiera para vivir quince días”. Caicedo también ejerció la actividad. Ahora se dedica a velar por aquellos que son detenidos en prácticas ilegales o quedan a la deriva en aguas colombianas y son rescatados por guardacostas. “Esta gente es pobre y no tiene qué comer en un país extraño”, sentencia para argumentar su labor. Cuenta que otra manera de trabajar de los marinos es adentrarse en el mar en grandes embarcaciones para luego descender en lanchas y hacer faenas cortas. El material recogido se va acumulando en los buques que después hacen el traslado a otros países.

 

 

Pesca revuelta

 

La ruta de los foráneos ilegales está definida y el Gobierno colombiano ya la detectó. Cristian Cadavid, abogado sustanciador de la Subdirección de Áreas Protegidas del Ministerio del Medioambiente, revela que los costarricenses bajan hasta la frontera con Panamá para ir directamente al Santuario de Flora y Fauna de la Isla de Malpelo, zona rica en especies que para el bolsillo de los traficantes resulta lucrativa. “Ellos compiten en su área marina con los asiáticos ilegales y se ven obligados a buscar nuevas áreas de pesca”, comenta Germán Soler, director de la Fundación Malpelo y Otras Áreas Protegidas. En el caso de los ecuatorianos, parten casi siempre del puerto de Esmeraldas. Dice Cadavid que son naves que posiblemente tienen patente de pesca, pero que lideran pequeñas embarcaciones (nodriza). Es decir, que desde las lanchas se pescan pequeñas cantidades que luego se llevan a un barco más grande. Tal como lo relató antes el ex marino Germán Caicedo. Segundo, uno de los pescadores capturados en el Parque Nacional Natural Gorgona por los guardacostas, argumenta que llegó a territorio colombiano porque estaba huyendo de piratas. “Todo estaba oscuro cuando pescamos la carnada. De repente sentimos una lancha que se acercaba y eran piratas que venían por los motores de nuestra lancha. Arrancamos sin saber para dónde coger y esa gente nos estaba persiguiendo hasta que logramos escapar. Cuando ya estaba de día sentimos que nos estaban sobrevolando y en cuestión de minutos llegaron los guardacostas”, dice el hombre que está refugiado en la Casa del Marino de Buenaventura mientras espera que se defina su situación jurídica. El capitán de fragata William Palomino, comandante de Guardacostas del Pacífico, asegura que esa versión no es cierta. Incluso, sostiene, que es el mismo argumento del 80% de los hombres que son capturados en el corazón de las áreas de reserva natural colombianas. “Estas personas son sorprendidas haciendo la actividad ilícita, cargando la red, con cientos de animales en las barcas”, reitera el alto oficial. La versión del marino extranjero tampoco es aceptada por el abogado del Ministerio de Medioambiente. El funcionario se pregunta si “¿no es más fácil arrinconarse a la costa de su país para luego correr, o llegar al puerto más cercano que está en Guapi o Tumaco (Nariño)?”. Pero agrega que muchos de los capturados son encontrados a 500 millas de la frontera con Ecuador. Segundo, el marino, insiste en que la adrenalina que se produce al sentir la muerte cerca no permite definir coordenadas y la decisión, en estos casos, suele ser la menos acertada. Pero el capitán Palomino sigue escéptico. Puntualiza que no es coincidencia que en el último año se hayan incautado barcos y lanchas que estén afiliadas a las mismas empresas. En los registros aparece que la embarcación de bandera costarricense Panameña II ingresó a Malpelo en el 2008 y en el 2011. En el caso de Ecuador, en el último mes se han incautado las lanchas de nombre Derian V y Derian VIII. Otro pescador capturado que acompaña a Segundo dice que si bien estaban pescando, ¿cómo hacen para saber si el tiburón u otro animal se cogió en área protegida? “Los peces no son como nosotros que están siempre en un mismo lugar. Ellos no conocen de barreras”, comenta el pescador. Sí. Los peces no tienen fronteras que dividan su territorio. Pero el hombre sí. Cristian Cadavid, el abogado que enfrenta los procesos contra los marinos que realizan prácticas ilegales, dice que las especies son migratorias, pero la cantidad o el tamaño de los peces que son incautados revelan en qué áreas del Pacífico fueron capturadas. Por ejemplo, explica que si un barco atunero se posa sobre inmediaciones de la Isla de Malpelo, donde hay reproducción, desovamiento y alimentación de peces, es más fácil que se cargue con cientos de toneladas, que en cualquier otra zona del Pacífico. Las fundaciones que velan por las áreas protegidas están analizando el ADN de las especies que se encuentran en esas zonas y cuando se hacen capturas en barcos y en las mismas pescaderías se adelanta una comparación para descubrir si se trata de la misma familia de peces. El capitán Palomino dice que la Armada va a continuar ejerciendo la soberanía nacional para garantizar la reserva alimentaria porque en algún momento el país va a tener que volver sus ojos al océano para alimentarse.

 

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