PARA REFLEXIONAR: Cazadores de tortugas velan ahora por ellas en los mares de Filipinas
Ibias y otros 25 compañeros con los que se dedicó a la caza y al expolio de los nidos, patrullan a diario la playa de Morong durante la temporada de desove, entre septiembre y marzo, para recoger y poner a salvo los huevos dejados por decenas de quelonios.
«Calculo que hemos salvado a unas 47.000 tortugas desde que nos convertimos en conservacionistas».
Para dar el paso definitivo a su reconversión, Ibias y los demás furtivos reclamaron a la Administración alguna ayuda con el fin de encontrar un empleo con el que ganarse la vida y, tras experiencias frustradas con la pesca y con una gasolinera, terminaron por tomar las riendas del centro de conservación, financiado con dinero público y donaciones.
«No tenemos un salario fijo, depende del número de visitantes y de los arreglos que haya que hacer. Recogemos huevos, patrullamos la zona, guiamos a los turistas y limpiamos la playa para que los animales no se asfixien al tragar envases de plástico», explica.
Hasta 1999, también recorrían la playa todas las noches, pero con el propósito de recolectar los huevos, muy apreciados en la zona y por lo que las redes ilícitas de comercialización pagan cantidades de dinero relativamente altas para los filipinos del área rural.
«Un huevo de gallina costaba 1,5 pesos (2 céntimos de euro o 3 centavos de dólar) y nos compraban los de tortuga por tres pesos», explica.
«En cada nido, una tortuga deja una media de cien huevos. Si encontrábamos tres nidos, ganábamos mucho dinero. Hoy creo que se pagan ocho pesos en el mercado negro», precisa Ibias, de 59 años.
Desovan en el mismo sitio cada 3 años
Cuando cumplen 25 años, estos reptiles nadan miles de kilómetros y regresan, por lo general, a la misma playa en la que nacieron para enterrar sus huevos. A partir de esa edad, vuelven al mismo lugar, aproximadamente, cada tres años para desovar.
Sus estancias suelen ser cortas, apenas el tiempo necesario para ocultar los huevos bajo unos 50 centímetros de arena y poco después adentrase en el mar, dejando a su prole a merced de otros animales como los cangrejos, aunque sobre todo de los furtivos.
Tras una incubación de entre 40 y 75 días, las crías rompen el cascarón, salen a la superficie y recorren a duras penas los escasos metros que las separan del mar.
«Cada tortuga deja del orden de un centenar de huevos y en una temporada de seis meses desova tres veces. Puede parecer mucho pero no lo es, por ejemplo, los peces dejan millones de huevos por temporada», sostiene Ibias.
Un cercado protege a los huevos
Ibias y sus compañeros han construido en la playa un cercado de 45 metros cuadrados en el que están enterrados una treintena de nidos de huevos, cada uno con una indicación sobre la fecha de recogida.
El director del centro camina entre las hileras de nidos con cuidado de no pisarlos, hasta que localiza junto a uno de ellos un agujero.
«Es algún cangrejo que quiere comerse los huevos. Por mucho que lo intentemos, no podemos controlarlo todo», apunta.
Excava durante unos segundos con las manos y respira aliviado al comprobar que los huevos, similares a una pelota de ping pong, continúan intactos.
Junto al cercado, en un pequeño estanque, tres tortugas enfermas nadan apaciblemente y se acercan a los turistas, que las acarician sin restricción alguna.
«Esta -explica Ibias señalando a un espécimen que tiende a inclinarse hacia delante- tiene aire dentro del caparazón y no puede nadar bien, estamos pensando con la ayuda de nuestro veterinario en ponerle un pequeño contrapeso en la parte de atrás para compensar el desajuste».
Pese a sus esfuerzos, lamenta que en aldeas cercanas a este santuario, los lugareños siguen pirrándose por los huevos de tortuga.
«Me pone muy triste -dice-, pero sigue habiendo mucha gente que los come sin pensar en el daño que h
ace».
EFEverde
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