Conmoción árabe
Respecto a los instrumentos con que han actuado los manifestantes, se ha repetido hasta la saciedad que sin las redes sociales no habría sido posible el grado de comunicación / coordinación alcanzado, pero igual de importante ha sido la proyección por esos mismos medios de una imagen al exterior, que se retroalimentaba por el interés que la revuelta suscitaba en el mundo occidental. De un lado, la Red permitía la emergencia de un nuevo tipo de liderazgo incorpóreo, sin rostro, con el cual sobraban los tribunos arrebatamasas; y de otro, el saberse observada y admirada por el mundo entero, gracias a esa tecnología, daba a la protesta un sentido suplementario de misión. Tahrir ha sido un éxito en parte porque la revuelta sabía que el planeta no la perdía de vista.
Pero como sustento de todo lo anterior ha jugado también un gran papel la aparición de un medio informativo que sí ha supuesto una revolución en el mundo árabe: Al Yazira. En los primeros años de este siglo, la cadena de televisión radicada en el emirato de Catar ha desplegado una extraordinaria pedagogía democrática, demostrando que era viable un medio de comunicación de masas no enfeudado a intereses parroquiales, inicialmente en lengua árabe y recientemente también en inglés, que por su libertad de acción y profesionalidad ha sido una bomba de relojería; en ese tiempo, Magreb y Machrek se han visto en la pantalla comparados con el resto del mundo y en especial con Occidente, y ese conocimiento es el que, entre otras pulsiones políticas, sociales y económicas, ha estallado en las calles de Túnez y El Cairo, extendiéndose como reguero de pólvora hasta allí donde hubiera una grave protesta por expresar, como en su última manifestación en Trípoli, donde la criminal resistencia del poder libio está causando un baño de sangre. Ese acceso a la información, inédito hasta estos últimos 15 o 20 años, había creado una avalancha de frustración, que se había ido desaguando en la inmigración a Occidente, pero por mucho que funcionara esa válvula reguladora, sobraba en toda la fachada del Mediterráneo sur y en las costas del Golfo materia prima para la revuelta. Por eso, la conmoción egipcia, madre de todas las protestas, solo esperaba su momento, aunque ninguno la hubiéramos previsto.
En lo tocante a las derivaciones de orden geopolítico, la más obvia es el repliegue del imperio americano. El hard power, o capacidad de infligir daño material de Washington en persecución de objetivos planetarios, puede seguir intacta, pero la dificultad relativa y el costo de ejercerla, su ineficacia en guerras no convencionales -Afganistán, Irak, Pakistán-, así como su desgaste como amenaza latente están próximos a convertirla en lo que Mao llamaba "un tigre de papel". Ese tigre aún puede morder más que nadie, pero no siempre encuentra donde aplicar la dentellada. Y el soft power, o capacidad de atracción del modelo, junto a operaciones complementarias como los subsidios de Washington o el aval ante instituciones internacionales, se mantiene, pero en segundo plano. Por eso, la calle árabe se muestra hoy tan poco sensible a las exhortaciones a la moderación de Occidente, como los sucesores de los gobernantes derrocados a tomarse sus admoniciones para la transición sin demasiada urgencia; y esa limitación del poder duro e insuficiencia del poder blando explican las vacilaciones de Washington a la hora de definir una política. ¿Sabe Occidente si quiere que caiga la dictadura de Gadafi, si no recibe antes garantías de lo que vaya a sucederla?
El mundo es hoy más multipolar que nunca desde 1948, con la doctrina Truman y el mediocre duopolio americano-soviético, o desde la autofumigación de la URSS. El fenómeno digital subraya que el mundo, precisamente porque cada día es más unitario, también es más confuso. Pero cada día más nos pertenece a todos.
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